Adolfo Berdún: el ejemplar y exitoso capitán de la Selección sobre silla de ruedas



 A sus 39 años recorrió una carrera intachable que incluye 27 títulos a nivel clubes y 4 con la Selección. El multicampeón en Italia relató su historia de superación que lo llevó a la gloria.



Por :Pablo Nudenberg 


La historia de Adolfo Berdún podría ser el guión de una película. Amputado de su pierna izquierda a los 13 años, su vida es un ejemplo de resiliencia y superación. Integrante de la Selección desde hace 21 años y capitán argentino desde hace 15, hoy es un nombre destacado en el básquet adaptado en Italia: en sus 19 años en el país ya suma 22 títulos como profesional. Su último grito de campeón lo dio el fin de semana pasado con el Briantea 84 y junto su compatriota Alberto Esteche. Además del título, Berdún se quedó con el premio al MVP de las Finales, gracias a sus 20 puntos de promedio.


A sus 39 años, el nacido en San Nicolás, Buenos Aires, ostenta un total de 31 títulos en su carrera: cuatro Sudamericanos con la Selección, cinco títulos en Argentina (dos de primera división, dos de segunda y uno de tercera), cuatro ligas italianas, siete Copas de Italia, nueve Supercopas, un trofeo CIP y una Copa Legado. Berdún, flamante jugador más valioso de Italia, tuvo una extensa charla con Prensa CAB en la que habló de todo: el accidente que cambió su vida, sus inicios en el club ADYR, su partida a Italia, la Selección y una importante cantidad de anécdotas que van desde su formación de vida junto al básquet adaptado hasta encuentros con figuras del deporte.


-¿Cuándo empezaste a practicar básquet adaptado y qué te llevó hasta ello?


-A los 13 años sufrí la amputación de mi pierna izquierda como consecuencia de un accidente de tránsito. Fue el viernes 17 de marzo de 1995, me acuerdo que dos días antes había muerto Carlos Ménem Jr. en Ramallo, que es ahí cerca de San Nicolás. Cuando pasa lo del accidente estuve tres meses en el hospital y cinco rehabilitándome en casa. La verdad es que después de eso no creí que volvería a hacer deporte. Antes hacía fútbol, como buen argentino. Jugaba de arquero. ¿Básquet? Poco y nada. Bah, había estado en unos Juegos Bonaerenses para no federados en Mar del Plata, pero nada más.


-Decís que no jugabas al básquet antes. ¿Cómo llegaste hasta el adaptado?


-Fue muy particular. Yo antes hacía fútbol y me juntaba con mis amigos en un lugar que se llamaba ADYR, que estaba en el barrio. Resulta que era un club para chicos con discapacidad, y había un equipo de básquet adaptado, pero yo nunca los había visto jugar. O sea, estaban, pero yo no los había notado. Los primeros meses después del accidente todos te van a visitar, familia y amigos. Pero después de eso la gente sigue haciendo su vida y ya no venían tanto. Tenía dos opciones, quedarme llorando en casa o ir a buscar a mis amigos. Imaginate que, con 13 años, yo quería estar siempre con mis amigos. Así fue que los fui a buscar a ADYR, en muletas. Cuando fui me encontré con el equipo de básquet adaptado entrenando. Ahí apareció un viejo amigo que ya no está más, Julio Cesar Oviedo, quien me preguntó si quería jugar un rato con ellos. Lo que sentí ese día fue amor a primera vista. Me senté en una silla de ruedas, jugué y volví a divertirme. Iba remando atrás de la pelota como loco, para mí era increíble estar transpirando. Antes de eso pensaba que me iba a pasar toda la vida jugando juegos de mesa. Fue genial.


-¿Cómo fue unirte a ese equipo? ¿Estaban divididos por categorías?


-Era un solo equipo de todas las edades. Tuve la suerte de entrar a un grupo muy lindo. Tenía 14, y después que yo, los más jóvenes eran uno de 24 y otro de 28. A partir de ahí eran todos de más de 30. Es gracioso porque me decían “nene”, y hoy, con 39 años, me siguen llamando igual en el grupo de WhatsApp que tenemos.


-¿Jugaban torneos? ¿En cuáles competían?


-Cuando yo empecé en ADYR, entre el 94’ y 95’, estábamos en tercera división, la última que hay en Argentina. Como ya dije, no se discriminaba por edad, éramos un solo equipo. Lo lindo de esa categoría es que viajábamos mucho por el país, sobre todo al norte. Fuimos a Tucumán, Jujuy, Santiago del Estero y muchos lugares más, siempre en colectivo y con gente mucho más grande que yo. Fue una experiencia muy linda.


-O sea que te pasaste tu adolescencia viajando con gente adulta. ¿Cómo lo viviste?


-La pasé increíble, me crié con ellos. Yo estaba justo arrancando el secundario, había perdido un año por el accidente que tuve. Me acuerdo que un entrenador me enseñó a afeitarme durante un viaje. Y como eso muchas cosas más. Crecí al lado de gente más grande y aprendí mucho con ellos.


-¿Cómo armaste tu carrera en el país?


-En ADYR tuve dos etapas, la primera duró hasta el ’99. El primer año, como dije, ganamos la C y en el segundo nos quedamos en semis en la B. Ascendemos a primera en el ’98 y el año siguiente me fui a CILSA. Cuando vuelvo a ADYR, en el 2002, ellos habían descendido a la B de nuevo. No sólo ascendimos invictos, sino que también ganamos la A sin perder un partido. Fue un récord para el básquet adaptado y creo que debe ser inédito en varios deportes más. Tuve la suerte de salir campeón con mi club y con un grupo de amigos muy lindo al lado. También salí campeón con River cuando volví al país en 2012.


-Después de ese primer título es cuando te vas a Italia. ¿Con qué te encontraste allá? ¿El básquet adaptado es más popular que acá?


-Totalmente. Los deportes adaptados se viven de una manera muy distinta en Italia y en Europa en general. Estamos muy lejos de lo que es la realidad europea en deportes para personas con discapacidades. Imaginate que acá de local tenemos siempre unas mil personas en la cancha, ahora no por la situación de la pandemia, obvio. En Argentina es impensado. Me acuerdo que allá me iban a ver mi papá, mi mamá, algún primo y otro amigo, y después no fueron más. Se cansaron y dejaron de ir.


-¿Por qué creés que existe esa diferencia entre cómo se vive acá y allá?


-Yo creo que es un poco por la realidad argentina. Allá se ven muchos chicos con discapacidad en semáforos o trenes. Eso acá no existe. En Argentina uno crece viendo a esos chicos que piden o venden en la vía pública porque no les queda otra. En Europa ven a la persona y después a la discapacidad. Más allá de que el estado te asiste, el discapacitado vive relativamente bien, trabaja, se mueve, y se lo respeta como persona. Eso hace que uno encare la vida de otra manera. No tenés que salir a la calle a pedir y conseguís una silla como la que necesitás. Allá tengo muchos amigos que necesitan tal o cual silla y se les complica. A un amigo de San Nicolás que es bien flaquito le dieron una que es muy pesada para él y se le hacía muy difícil moverse con eso, sacarla del auto y toda la cosa. Yo le llevé una liviana hecha en Alemania, que cuesta una fortuna, pero lo pude ayudar. Como él hay muchas personas en esa situación.


-Se entiende la diferencia social y cultural, aunque imagino que lo económico también incide. Acá es inimaginable que un deportista discapacitado pueda vivir de su actividad, más allá de alguna beca.


-Sí, pero va de la mano con lo social. Acá los clubes piensan en cómo conseguir sponsors, en traer jugadores y darles una buena calidad de vida. Yo sé que soy un afortunado por vivir de esto. El club en el que trabajo me da un sueldo, una casa, un auto. No es que me dieron una Ferrari y una mansión, pero es mucho, es algo totalmente impensado en Argentina. Yo recuerdo cuando volví al país allá por 2012 a jugar en River. El club me daba una beca que me servía para pagarme el combustible, y yo era un privilegiado de tener ese ingreso.


-Decías que suelen ir cerca de mil personas a verlos en condiciones normales. ¿Cómo es tu relación con la gente del Briantea?


-Este es un club muy grande, por eso viene tanta gente. También se hace un trabajo interno, en el que nosotros vamos a las escuelas, hablamos con los chicos y los invitamos a los partidos. Por año vemos más o menos a unos 2000 chicos. Eso hace que después, los sábados, que es los días que jugamos, la cancha esté llena. Este año lo hicimos por Zoom, pese a que no pudieron venir a vernos. En general la gente siempre me ha tratado muy bien, incluso cuando llegué a Italia hace varios años y no conocía ni el idioma. Al principio uno tiene que demostrar por qué está ahí, que es buena persona y jugador. La verdad es que siempre, desde el primer momento, me trataron de forma excelente, en todas las ciudades que viví (Cagliari, Sassari, Roma y Milán).


-Llevás más de 20 años con la Selección y vas a cumplir 15 con la cinta de capitán. ¿Cómo resumirías todos estos años, desde que entraste hasta hoy?


-Cuando a mí me convocaron por primera vez, en el ’99, la Selección venía de una camada muy buena. Cuando fue la época de la epidemia del polio en Argentina habían muchas personas con discapacidad, varios hacían deporte y entre ellos estaban los que hacían básquet. Así fue que jugaron los Juegos Olímpicos de Seúl ’88, Barcelona ’92 y Atlanta ’96. Cuando yo entro en la Selección era para clasificar a Sídney 2000. Lamentablemente, desde que estoy, nunca nos clasificamos a unos Juegos Olímpicos. Con una mano en el corazón, creo que a Tokio deberíamos haber clasificado, pero perdimos un tercer puesto y no se pudo.


-Imagino que habrás vivido de todo en este tiempo. ¿Cuáles son las anécdotas que más recordás?


-Tengo una muy buena, de cuando logramos clasificar a un Mundial después de casi 20 años. En 2013 jugamos una Copa América en Colombia, que es la que clasificaba al Mundial del año próximo en Corea del Sur. Hicimos una primera fase muy buena, sólo nos quedaba jugar con los locales para avanzar de ronda. Perdiendo hasta por 15/16 puntos clasificábamos primeros, aunque estábamos seguros de que a Colombia le íbamos a ganar. Jugamos pésimo, perdimos por más de esa diferencia y quedamos terceros. Eso hizo que nos tengamos que cruzar con Brasil, que era nuestro cuco. Era el equipo que nos ganaba siempre. Después de perder me encerré en el baño del vestuario a llorar, no quería que nadie me viera. Esa noche nos juntamos todos en la habitación de un compañero a hablar de por qué no íbamos a clasificar, porque al otro día todos sabíamos que íbamos a perder y nos quedábamos afuera. En ese contexto nos dijimos cosas bastante feas, pero que eran verdad. “Yo no meto la pelota porque vos me la pasas mal”, “vos tirás mucho, sos un egoísta” y muchas cosas así. Me acuerdo que yo empecé hablando y de ahí se disparó. Algunos se enojaron, otros lo aceptaron. Yo me fui a dormir muy tranquilo, porque sentí que se dijeron muchas cosas que todos nos estábamos guardando por no querer lastimar a otro. Hasta entonces era todo “poner huevos”, pero sólo con huevos no se gana. Al otro día cuando nos vamos a desayunar me di cuenta que algo había cambiado. Las miradas eran diferentes, más honestas. Incluso si uno no lo bancaba a otro, se saludaban de forma sincera, sin nada que ocultar. Cuando entramos a la cancha fue una cosa increíble. Jugamos un partidazo, me acuerdo que quedaban tres minutos y estábamos 15 arriba. Ganamos y lo festejamos como nunca, significó la clasificación al Mundial y un gran desahogo en la cancha, que tuvo mucho que ver con lo que pasó afuera. Y no fue sólo eso, después le ganamos la semi a Colombia y jugamos la final con Estados Unidos. Ahí nos dieron dos cachetazos, pero bueno, eran muy superiores. Lo importante fue que clasificamos y cómo lo logramos, fue genial. A partir de ese torneo, en 2013, la Selección fue otra. Ah, después de la copa me eligieron mejor jugador de América, un honor increíble.


-¿Cuáles son los próximos desafíos que tienen con la Selección?


-El otro día hablando con el entrenador (Mauro Varela) me contó que el Sudamericano de este año se va a hacer en Argentina, no se sabe si en octubre o noviembre. De ahí van a salir los equipos que entren a un torneo tipo Copa América, no sé si alcanzará a ser este año, que es el que te clasifica al Mundial que se hará en Dubai el año que viene. El Covid hizo que todo se atrase, el Sudamericano ya se tendría que haber jugado.


-Uno se pone a leer tu palmarés y es increíble la cantidad de títulos que alcanzaste en Italia. Cuatro Ligas, siete Copas y nueve Súpercopas. ¿Cómo fue que construiste todo esto?


-Actualmente soy el extranjero con más títulos en la liga italiana, que no es poca cosa, porque hay muchos jugadores de afuera. A lo largo de todos estos años llevo más de 40 finales jugadas. Entre todas ellas, en los últimos diez años empecé a ganar la mayoría. Antes por ahí ganaba una de cinco. Uno aprende de los errores: nunca hay que relajarse, tampoco creer que vas a ganar o que vas a perder. Con Briantea hace tres años que llegamos siempre al Final Four de la Champions y no la podemos ganar. La verdad es que estoy en un gran club, desde arriba hacia abajo se maneja todo muy bien, y de ahí salen los resultados. Disfruto de cada título que he ganado a lo largo de estos 19 años que llevo jugando acá, entre Scudettos, Copa Italia, Supercopa, Copas de Campeones y Euroliga. Las últimas dos competencias no las gané, pero llegué a dos finales de cada una, que es importante. Estoy muy feliz de todo lo que he vivido, y puedo decir que mi gran suerte fue que empecé perdiendo, porque así uno aprende a ganar, pero también a disfrutar de la temporada y de todo lo lindo que da cada competencia. Una vez leí que llegar a la cima de la montaña es difícil, pero mantenerse arriba es más difícil, porque empieza a faltar el aire, y eso no es para cualquiera. Es una analogía muy real.


-¿Qué tenés pensado de cara a tu futuro?


-Es una pregunta que me hacen cada vez más seguido, porque ya tengo 39. La verdad, no lo sé. Por lo pronto, la próxima temporada seguiré acá. Ya no puedo planificar a tres o cuatro años. Sí creo que voy a seguir acá en Italia, por ahora jugando y en un futuro no sé. Mientras pueda mantenerme acá, sintiéndome un jugador importante, seguiré acá, dure lo que dure.


-¿Estando allá en Italia pudiste cruzarte con algún otro argentino de los que nos representan en el extranjero?


-El año pasado cuando Luis Scola estaba en el Olimpia Milano fui a verlo varias veces, antes de la pandemia, por supuesto. Después de un partido me acerqué a él, hablamos dos segundos, me dejó su teléfono y me contacté para ir a unos entrenamientos. Es muy lindo que nos conozcamos, y es fundamental para nosotros, porque gracias a ellos nos podemos hacer conocer un poco más. Pude ir a unas prácticas, y con todo mi respeto a Scola, me quedé maravillado con Ettore Messina. Un día se me acercó después de la práctica y me dijo “hola Adolfo”. Un fenómeno. Claro, Luis le había dicho mi nombre. Me acuerdo de una vez que estaba viendo un entrenamiento y apareció Roberto Mancini, el entrenador de la Selección italiana de fútbol, junto con su asistente, Gianluca Vialli. Yo no me quería meter, pero al rato se me acercó Vialli y empezamos a hablar. Le conté qué es lo que hago y que estaba ahí por Scola. Aproveché para preguntarles qué hacían ahí y me dijo que iban para ver dirigir a Ettore, para saber cómo hace para gestionar a tantos fenómenos y aprender de él. Después pude hablar con Mancini también, siendo que encima yo soy hincha del Inter acá, equipo que él dirigió por varios años. Roberto me explicó que el principal problema que ellos enfrentan en la Selección es que nadie se les revela, son todos chicos muy buenos pero jóvenes y les falta rebeldía, y por eso querían aprender de cómo dirige Ettore en los entrenamientos. Es increíble el respeto y la admiración que se le tiene a Messina, en el mundo pero sobre todo en Italia. Fue impactante ver lo que genera.